Colección: Fontana; 169A fines del siglo XIX, Francia no había olvidado su vergonzosa derrota de 1870 frente a los alemanes y clamaba para que apareciera un héroe de ficción que emulara las glorias del gascón D’Artagnan y sus Tres Mosqueteros. La tarea correspondió a Edmond Rostand (1868-1918), con Cyrano de Bergerac (1897). Un nuevo espadachín y pendenciero, también gascón que puso en pie de guerra nuevamente al gallo francés basándose en un extraño y curioso personaje del siglo XVII inmerso en el mundo de la utopía, émulo de la poesía quevedesca española: Érase un hombre a una nariz pegado.