En el panorama de la filosofía del siglo XVII, la figura de John Locke (1632-1704) resplandece de modo inconfundible. Al recibir el importante legado del pensamiento cartesiano y abordarlo con suma inteligencia analítica, Locke –más allá de perfeccionar el idealismo que Berkeley llevaría a su cima crítica- inició el profundo arco creativo del empirismo inglés. Su reflexión acerca del origen de las ideas ha incidido en el corazón mismo del sistema cartesiano y en el quehacer filosófico de la posteridad. Pero la suerte de Locke en la historia ha sido la de tantos otros pensadores: limitadas a un esquema fijo, la sutileza y la energía de su obra se han diluido en beneficio de los malentendidos reduccionistas.