“Leer a Ajens equivale a una vuelta a la teoría literaria, a su importancia, su estatuto y su naufragio, precisamente, como si el aparato conceptual que desplegara fuese un esquife rápido, el insecto que la tela de araña que configura nuestro dispositivo cognitivo no alcanza a atrapar. Aun, ese simulacro teórico que su poesía enhebra y aja predispone al lector a una insatisfacción, cuestionando una poética del placer, situándonos en lo inacabado, aquello inorgánico que a fuerza de una detención, una lectura reposada, permite adentrarse en la espesura del bosque. Esta estrategia paratáctica, yuxtapuesta y descoyuntada suspende las imágenes por la presentación de la(s) lengua(s) en la(s) que se hospeda su poesía, como una gran representación en la que ellas aparecerían, en ese otro sentido de la alegoría – prosopopeya–, personificándose y desplegándose al referirse a sí mismas –la semiosis infinita– poéticamente (Jakobson), pues lo que nos está hablando es la lengua desasida de la norma, de la pretensión literalista.”