“Me gustan sus comisuras, señor Furia. Son marcadas, muy varoniles. Me gusta besarlas
justo en el pliegue”.
Buenos Aires, 1810. Corren vientos revolucionarios en el Río de la Plata. La facción patriótica pugna
por lograr la independencia de España y convoca a sus mejores hombres para integrar las milicias.
Entre ellos, ninguno como Artemio Furia.
Su nombre, sinónimo de arrojo y valentía, se pronuncia con res-peto y temor en la ciudad y en la
campaña. Atípico entre los gauchos por los ojos azules y el pelo rubio, su carácter indomable
contribuye a distinguirlo entre todos. Ya en tiempos de las Invasiones Inglesas, sirvió en las huestes
de Juan Martín de Pueyrredón. Contar con él y sus tropas a caballo puede ser decisivo en la batalla.
Pero, a pesar de su fama de hombre de éxito, el pasado atormenta a Furia. La trágica muerte de sus
padres y el deseo de venganza lo obsesionan tanto como la pasión por esa mujer a la que no quiere
ni puede nombrar.
Me llaman Artemio Furia es una de las grandes novelas histórico-románticas de Florencia Bonelli,
maestra indiscutida del género.
“Ella se presentó un día y desbarató la fortaleza con la que él contaba, la de vivir sin
sentir. Incluso barrió con sus odios y rencores, o lo que es lo mismo, lo despojó de la
energía y de la furia que habitaban en él. Ella había sido su sol, su faro, su vida, y le
quitó todo para esfumarse de la manera súbita en que había aparecido frente a él. Su
espíritu buscaba liberación, su corazón buscaba saciar el hambre. Anhelaba romper la
fría coraza y vencer el confinamiento. Quería vivir, pese a todo, quería vivir, como ella le
había enseñado, aunque para eso debía deshacerse de ella. De ella. Hacía años que no
pronunciaba su nombre, ni siquiera con el pensamiento. No podía”.
Lucha por liberar su patria, pero él es prisionero del pasado.