A Maximilien Robespierre se le apodó entre sus correligionarios «El Incorruptible» por personificar, se decía, la integridad de la virtud revolucionaria en su expresión más inflexible. Para otros, y también tras su caída y su muerte para algunos que en su día le habían secundado, fue simplemente un monstruo vesá
nico, responsable de incontables asesinatos políticos. Alguien, pues, en quien la virtud era monst