El primer silencio de este libro es interrumpido por alguien que regresa y ahora se detiene tras la puerta. Ya no hay plantas ni perros, pero adentro queda la espera muda. El último silencio podría ser el que quiebra otra mano en el umbral de otra puerta. O acaso la misma mano y la misma puerta, tantas veces presagiados. Hay una música en sordina que recorre estas páginas. Y de pronto un puñado de palabras que nos abren el pecho de cuajo: por la tarde / se fue. O: esa mañana la cordillera / era un electrocardiograma. O aun más filoso: el pecho suena / como el desierto. Recorremos los rincones de una casa que es también un cuerpo borroneado por la memoria y las ausencias. Y vamos enmudeciendo en el camino, volviéndonos más tenues en cada página, hasta que alguien abre la puerta y ya no somos los mismos. Aldabas es un libro delicado y hermoso, al que siempre desearemos volver.