Abandonado por su mujer, Ramón Neira vive junto a su madre y a su hijo Pedro, llamado así por el presidente Aguirre Cerda. Mientras repara la fachada de una iglesia y prepara el bautizo del niño, se refugia de sus tormentos en el vino. Mareado, desde la altura del andamio, delira con sus celos enfermizos y los recuerdos de su dura vida como carpintero.