No es posible leer este libro de Víctor López, publicado delicadamente por el sello Alquimia, sin sentir una pulsación en el diafragma. Es la pulsación de un esfuerzo muscular del instinto por contener las lágrimas, que así se convierten en vapor interno, humus que se añade a esas nubes de palabras que él hace pasar por delante de nosotros. En toda erosión hay un abrazo, un roce invisible entre piezas que llegan tarde a la consciencia de sus pérdidas y anexiones, haciendo del tocarse un arte de gran transfiguración. Quienes se tocan no son sólo el lector con el poema sino también los versos entre sí, como cuando leemos “No te parece cómico que él / se haya estado muriendo / en la sala de espera de un hospital / mientras yo vendía libros” o leemos esto otro: “Escúchame no nos conocemos / & quizá nunca nos conozcamos / pero te amo como todas las cosas / aman a las demás cosas”. La comicidad atribulada de la conjunción en un poema adopta, en el otro, la forma inhumana del abrazo, el amor como una seña o impresión pesquisada en la demora. Un abrazo es una forma de erosión que se descifra en la penumbra, revisando las marcas del cuerpo como un álbum de familia o arrancándole al piso de una librería una oración amordazada. Federico Galende