Aun cuando el relato de este libro haya sido escrito hace ya más de un siglo, el lector igualmente se verá atrapado por su relevancia y las muchas interrogantes que el autor se hace y que permanecen aún vigentes. El sentido del detalle y la manera en que Skottsberg narra hasta el más ordinario de los acontecimientos e ideas hacen que las peripecias de su aventurar por Patagonia vuelvan a cobrar vida. Cuando una nueva montaña o lago se le aparece, es imposible no sentir la alegría y la curiosidad que embarga a Skottsberg en estos terrenos desconocidos. Hay también ciertos pasajes más íntimos, como cuando el autor comparte aquellos momentos personales, como las navidades de 1907 y 1908. La primera, miserable y descrita como la peor de su vida; y en la segunda, convertido de cierta forma, casi sin querer, en un ladronzuelo. Pero gracias a sus innumerables recursos narrativos, el autor parece poder superar todo obstáculo que le sale al paso para emerger del otro lado imbuido en nuevos ánimos. Esa es, quizás, una habilidad que se obtiene tras haber quedado varado en una pequeña isla de la Antártica por nueve meses, sin esperanza de un pronto rescate.