En esta novela, ambientada en el París de los años 30, de tipo autobiográfico, catártica, introspectiva, expresionista y sensorial, que tanto debe al simbolismo rimbaudiano o a la lírica de Walt Whitman, como a los textos picarescos, a la zozobra de perdedores de Dostoievski o al surrealismo, paseamos junto a Henry Miller por estampas parisinas de idealización esquizofrénica, memorias filosóficas de un estadounidense a la deriva con una construcción muy sugestiva de atmósferas bohemias y ambientes sórdidos, los cuales a buen seguro que causaron un impacto en gente como Jack Kerouac, Charles Bukowski o William S. Burroughs. No evita su escritura, con tendencia a la prosa poética y el empleo del monólogo interior, la autocomplacencia intelectual pero la misma se define seductora en su afán de extrema confesionalidad, con pasajes brillantes y otros un tanto lánguidos y rebotantes en sus experiencias parisinas, enfatizando comentarios de carácter social, cuyas fragmentos más sexuales, expuestos de manera bastante explícita, provocaron su censura durante un largo período en su propio país.